viernes, 20 de septiembre de 2013

Aramil - Autor Ivo

Aramil

Explorador Elfo


           
            Sobre las magnitudes del gran bosque élfico se encuentra una ciudad que parece ser parte de este hermoso bosque de árboles blancos y amarillos. Se trata de Vilinort, la mayor de las ciudades élficas. En esta ciudad vivía un joven elfo llamado Aramil, se trataba de un joven sediento de aventuras y con muchas ganas de recorrer el mundo. Ya de joven comenzó a especializarse en tiro con arco, llegando a sus 120 años como un gran arquero. Ya que realmente nada lo retenía a su ciudad natal y su sed de aventuras era cada día mayor, Aramil comenzó a recorrer Tierras Doradas. Salió del bosque élfico, enfrentando los grandes peligros que este oculta, llegando a los Cerros Imperiales en poco tiempo, donde acampo apenas llego. Debido a sus pocos conocimientos de fuera de las tierras, el no conocía la historia de este cerro…
            A la mañana siguiente, Aramil despertó con un gran dolor de cabeza. Veía que todo se movía y sentía una gran presión en el abdomen. Al mirar hacia arriba, Aramil diviso lo que era una figura humanoide, un humano gigante que lo llevaba apresado en su mano derecha. Este gigante vestía una túnica de cuero y sobre su hombro cargaba un garrote de madera que sostenía con su mano izquierda. Su rostro era como el de un humano algo grotesco, con nariz redondeada, pómulos y cejas prominentes, boca pequeña y prácticamente sin mentón. Este gigante estaba subiendo el cerro. Cuando llegó a una zona cercana a la cima, deposito a Aramil en una jaula de maderos cruzados. El gigante se sentó sobre una roca frente a la jaula. Comenzó a mirar a Aramil y dijo:
Gigante: -Quien ser tú-
Aramil: - Aramil, soy soy Aramil.-
Gigante: -A Dok no gustan elfos-
Aramil: -Aramil es bueno, Aramil es amigo-
Gigante: -Calla elfo, ¿porque venir aquí?-
Aramil: -Aramil es aventurero, Aramil se fue de su casa y esta solo.-
Gigante: -Dok esta solo, Dok no tiene amigos ni familia.-
Aramil: -Aramil puede ser amigo.-
Gigante: -¿Quiere Aramil ser amigo de Dok? Nadie quiere a Dok. Dok malo, Dok torpe, Dok tonto.-
Aramil: -Aramil será amigo de Dok y lo visitará. Pero Aramil debe irse ahora.-
Gigante: -Dok no entiende, ¿Por qué Aramil irse?-
Aramil: -Aramil no ha hecho las cosas bien, debe marcharse, pero vendra a ver a Dok.-
Gigante: -Dok entiende. Dok sentirse solo. Dok no ser malo, Dok solo querer amigos…
(se levanta y saca con cuidado a Aramil de su jaula)
Gigante: -Aramil debe prometer visitar a Dok.-
Aramil: -Aramil lo visitará.-
-Adios amigo, buen viaje.-
            Luego de esta peculiar charla, Aramil, que seguía algo asustado, se marcho hacia el noreste. Luego de algunos días de viaje llego a Rebentus, la capital de la fuerza revolucionaria. Sin saber que hacer, se dirigió a una taberna.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Kart Reygon Teonidas - Autor: Ivoo

Evocador Elfo


Hace cientos de años, si no es que miles, en la ciudad élfica de Vilinort vivía un joven elfo, de cabello rubio, casi blanco y tan suave como la seda. La ciudad de Vilinort es una ciudad-árbol, por así decirlo. Esta totalmente rodeada por el espeso bosque élfico, que se compone de árboles de gran altura cuyas copas pintan un paisaje verde amarillento. La gran ciudad posee un enorme árbol de cientos de metros de altura en el centro, donde se encuentran las viviendas más lujosas. Aparte de este, hay muchos otros árboles dentro de la ciudad, que son más bajos, donde viven elfos de menor categoría social. Toda la ciudad esta rodeada de una gran muralla blanca, construida de una rara variedad de mármol que es extremadamente duro. Posee cientos de figuras talladas: Elfos, Drows, Humanos, Orcos, Dragones, Centauros, Sátiros, Ninfas, entre otras cosas. Posee además una gran enredadera que la cubre casi en su totalidad, apenas dejando ver las hermosas figuras. Pero vamos a dejar de hablar de la muralla, volvamos al gran árbol del centro y a este joven a quien describía. En este árbol vivía la familia Teonidas, familia del gobernador, Yoan Reygon Teonidas. Su único hijo se llamaba Kart Reygon Teonidas, y acababa de comenzar la escuela de magia de Evocación. Este joven, Kart, es de quien les hablaba. A la corta edad de noventa años, ya con gran conocimiento arcano, tuvo una discusión con su padre y se fue de la ciudad. Había oído hablar muy bien del imperio, reinado en ese momento por Tarses II. Su capital era Qyndom, y era allí donde el se dirigiría. Cuando llegó trabajó un tiempo como ayudante del hechicero del palacio real, pero este, que ya estaba en su tercera edad humana, falleció pasados apenas dos años y medio de la llegada de Kart. Kart, quien ya se había ganado la confianza de Tarses II, fue ascendido a Mago del palacio, teniendo muchas mas responsabilidades. Allí permaneció mucho tiempo: Vio como el trono fue pasado a Tarses III, y luego vio la muerte de Tarses III, la de Tarses IV y la de Tarses V y la asunción al trono de Reggat I. Al ver todos los estragos que este causaba, entre los que podemos nombrar, impuestos catastróficos, torturas en público, secuestros anónimos entre otras cosas que es preferible no decir, Kart, quien tenía una gran cantidad de poderosos contactos, organizo una revolución: Con aproximadamente doscientos hombres lucho contra el imperio desde adentro, causando grandes problemas. Al ver que sus hombres eran cada vez menos, Kart se retiro y, cientos de kilómetros al este, fundo una ciudad a la que llamo Rebentus. La ciudad sería la capital de la nueva fuerza revolucionaria, o fuerza rebelde, como la llaman los imperiales. Esta seria la primera de muchas ciudades. La fuerza revolucionaria creció y creció. Kart fue nombrado gobernador y líder de la fuerza, además de ser reconocido como un gran héroe en las tierras. Hoy en día, Kart, ya en edad adulta, sigue gobernando, además de que día a día mejora sus habilidades mágicas.    

jueves, 5 de septiembre de 2013

Uter Pedicabo - Autor: Ivoo

Uter Pedicabo

 Bardo-Pícaro Gnomo

Bueno, les voy a contar mi historia. Mi nombre es Uter, soy un gnomo y mi pasión es la música, pero a lo largo de mi vida hubo ciertos inconvenientes que hicieron que me gane el odio de mucha gente. Comencé con mi carrera musical a corta edad, tocando el laúd en tabernas para ganar monedas y poder ayudar a mi familia que se encontraba en situación de calle. Al principio era bastante malo, pero con el tiempo mejore mucho tanto tocando como cantando. Las baladas que componía se hacían cada vez mas conocidas y la gente comenzaba a buscarme para que les cante. Un día, el consejero del gobernador me pidió si podía ser el bardo del palacio, a lo que yo, sin dudarlo, acepte. Si bien las cosas iban tranquilas, un día ocurrió un hecho que hizo que mi vida pegase un giro que jamás hubiera imaginado. Era el cumpleaños del gobernador, yo ya había dado una presentación y me encontraba bajo unas cuantas copa del buen vino de la casa, cuando un largo* que ya se encontraba totalmente ebrio, tratando de pedirme que toque mi mas famosa balada “Cuando la Vida es Muerte” me insulto, llamándome por algo que no me habían dicho desde hacia ya mucho tiempo: “Tócate la de la Muerte, petizo maricón”. Yo, bajo los efectos del alcohol, reaccione de una manera violenta contra el largo, golpeándolo en la entrepierna, lo que produjo que caiga arrodillado, quedando su cabeza justo a la altura de la mía. Le dije “A quien llamas petizo, largo” y le escupí en la cara. Al instante, dos guardias me tomaron de los hombros y me esposaron. Todos se quedaron mirando y susurrándose los unos a los otros: “Ataco al príncipe, es un mal nacido”, “Denle horca al petizo”, “Servirá mas como carroña que como bardo”, “Quémenlo en la hoguera”, entre otras cosas espantosas, pues el largo que había atacado era ni mas ni menos que el hijo del rey.
         Fui llevado a la prisión, donde me tiraron a una oscura celda llena de paja, moho, hongos, ratas y cucarachas. Yo aún no entendía nada, pues seguía bajo efectos del alcohol. Me desmaye sobre la paja que poblaba la celda y recién cuando desperté comencé a entender todo y a recordar los hechos que habían ocurrido.
         A medida que los meses iban pasando, una ira hacia la familia real me iba consumiendo. Planeaba mi escape, ya que según había escuchado, me quedaban pocos meses de vida. Mi plan consistía en crear una distracción que hiciera que los guardias abandonaran sus puestos. Ahí, un amigo con el que me comunicaba a través de un pequeño hueco en la pared me pasaría una ganzúa, con la cual iba a abrir el cerrojo de una pequeña escotilla de ventilación que daba a las cañerías de la ciudad. De ahí debía caminar hasta llegar a la salida de la ciudad, donde mi amigo con un caballo me esperaría para escapar.
         Eran las dos de la tarde, hora en que casi todos los guardias se encuentran mirando mi celda. Mi amigo, que poseía conocimientos de magia arcana, lanzo un hechizo para generar la voz de uno de los prisioneros más peligrosos gritando fuera de la prisión: “Soy libre, muéranse guardias”, a lo que toda la guardia creyendo que este se había escapado fueron corriendo afuera. Yo aproveche el momento y con la ganzúa logre abrir la pequeña reja. Pase y fui corriendo a través de una oscura y maloliente cañería hasta llegar a las afueras de la ciudad, donde mi amigo estaba esperándome, junto a un caballo y un pony. Pero aún mi misión no había acabado. Quería causar el mal en quien me lo había causado, motivo por el cual, junto a mi amigo hicimos un plan para robar la casa del príncipe: El príncipe todas las noches de los sábados salía a comer con su amada. Ese era el momento en el que debíamos entrar. Pero, ¿Qué robarle? Había que darle donde mas le duela…
         Ya eran pasadas las nueve de la noche cuando vimos al príncipe salir de su mansión. Sabíamos que habría guardias dentro, por eso, cuando ya el príncipe se encontraba suficientemente lejos, mi amigo lanzo una bola de fuego sobre uno de sus mas preciados árboles de su magnifico y verde jardín. El árbol comenzó a arder, llamando la atención de toda la guardia que patrullaba la casa que, inmediatamente, fue a apagar el fuego antes de que este se extienda a la casa. Aprovechamos para entrar. Mi compañero lanzo un sortilegio que cerro las cerraduras de las puertas de entrada y ventanas de la casa. Ya dentro y a salvo, fuimos a la habitación del príncipe. Ahí hallamos gran variedad de objetos, para empezar, muchas joyas en las que se incluían rubíes, zafiros, esmeraldas, topacios y diamantes de una calidad que indicaba un valor tan alto que ni lo podía imaginar. También hallamos dentro de una vitrina una hermosa daga de un color dorado, adornada con joyas de todos colores. Pero lo más importante que encontramos fue un collar de perlas encantado, que se encontraba en una especie de vitrina, con una ficha que decía: Collar de la primera reina, llenara de valor a quien lo use. Tomamos el collar, la daga y las gemas. Mi compañero lanzo un conjuro de invisibilidad y nos escabullimos por una pequeña ventana, escapando de los patrullas que trataban de entrar a la casa y no entendían porque las puertas se habían bloqueado.
         Luego de una larga caminata, nos encontrábamos en el bosque. Yo, un fugitivo y el, mi cómplice. Decidimos que no podríamos volver a aquella ciudad jamás, ni siquiera podríamos volver a pisar cualquier ciudad de aquel imperio, así que decidimos irnos a vivir a una ciudad perteneciente a la fuerza rebelde. La ciudad se llamaba Rebentus y era la capital. Ahí, una vez que llegamos, nos repartimos las gemas. Yo me quede con la daga y el con el collar de la reina. Nos separamos y cada uno de nosotros se compro una casa y un local para poder tener un trabajo estable. Yo abrí una taberna, mientras que mi compañero, creo que había abierto una tienda de objetos arcanos y componentes de conjuros. El motivo por el que no digo como se llama mi buen amigo, es porque su nombre esta escrito en lengua dracónica, y hasta el día de hoy no lo se pronunciar bien ni escribir.



*Largo: Adjetivo calificativo que usa Uter para hablar de seres que son altos, como los humanos, aunque lo suele usar solo cuando trata de agredir al “Largo”.                      

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Elladia y Dalith - Autor: Rodra

Dalith: Espadachin Humano - Elladia: Batidora Humana

Elladia es la hija menor de Edhior, el alcalde de Lólinder. Su infancia transcurrió tranquila. Más tranquila de lo que cualquier niña pueda desear. Siendo hija de un padre severo y teniendo un hermano sobreprotector, pocas fueron sus oportunidades de conocer el mundo, e incluso, pocas fueron las veces que abandonó su casa. Habiendo perecido su madre al darle a luz, Dalith la atendía y la colmaba de atenciones, convirtiéndola en la niña mimada de la familia a la vez que sin saberlo, moldeaba el corazón de la jóven a su favor. 
El día de su diecisieteavo cumpleaños, la muchacha decidió poner todas sus cartas sobre la mesa y apostar su felicidad en una sola mano. Esa misma noche, esperó a que todos estuvieran dormidos para presentarse en la recámara de su hermano. Dalith disfrutaba plácidamente del abrazo de morfeo entre sus sábanas de lino. Abrazo que su hermana decidió deshacer, no sin antes despojarse de todas sus vestiduras. Habiéndose desnudado, procedió a sacudir el hombro del dormido, llamándole en susurros.
El jóven abrió los ojos, aún embotado por el sueño, sintiéndose llamado para un propósito superior. Cuando despertó lo suficiente para tener un panorama de su alrededor, la perfección de la visión lo dejó azorado. Una jóven hermosa se desperezaba desnuda junto a su cama. En un principio, atribuyó la visión a las bendiciones con las que Morfeo nos otorga. Posteriormente, reconociéndose despierto, enfocó su vista en los rasgos de la muchacha, reconociendo en ella a la hermana que colmaba de atenciones. Nada pequeña fue su estupefacción cuando entre susurros la jóven con la que compartía cama (¿Cuándo y cómo se había acostado?) le hizo conocedor de sus sentimientos y le prometió amor eterno y un paraíso de mil maravillas junto a ella.
Así como nada pequeño fue el disgusto de Elladia cuando fue rechazada firmemente por el objeto de sus deseos. En ningún momento cesó los susurros a los atentos oídos de Dalith, y no pasó demasiado tiempo hasta que vió su voluntad flaquear. Insistente en una forma que sólo su enorme deseo podía lograr, finalmente convenció a su hermano de hacerla suya.
No fue hasta largamente pasada la medianoche cuando se dispusieron a dormir, mas el deseo de liberar el estrés de Dalith lo forzó a abandonar el hogar al despuntar el alba, dirigiéndose a entrenar al bosque. De vuelta en la casa, unos atronadores golpes en la puerta despertaron a la jóven doncella, que se apresuró a vestirse. Al salir al pasillo, se encontró con Kraster, el capitán de la guardia, que mencionó algo sobre unas hierbas en el bosque. Sin más demora, la llevó tras él, uniéndose otros guardias en el camino. 
Una vez internados en el bosque, Elladia comenzó a temer por su vida. La mirada de los guardias de repente no parecían tranquilizadoras, sino... Hambrientas. Finalmente llegaron a un claro, donde la despojaron de sus vestiduras. Lloró, gritó, pataleó e incluso mordió una mano, pero fue en vano. Un golpe con un guantelete de acero logró acallarla y bajar su mirada.
De repente, un bramido resonó en el claro. No podía ser otro que su hermano. Respiró aliviada. Lo sabía un buen espadachín, probáblemente mejor que todos los guardias juntos. Entonces volteó para verlo. Abatía guardia tras guardia con una facilidad y un odio poco comunes en su raza. Entonces sintió una espada al cuello y el tiempo se detuvo por un momento. sólo para ella y su hermano. Vió determinación en sus ojos y percibió un leve asentimiento. Se entendieron como nunca y Elladia se preparó para correr. Siempre había tenido una complexión elástica y corría más rápido que todos los hombres de su edad. No alcanzó a ver qué hizo su hermano, pero apenas se vió libre, se largó a correr.
Sabía que había al menos un guardia siguiéndola, pues oía sus pisadas. Si tan sólo tuviese su arco consigo, esos guardias estarían convertidos en alfileteros. Nada deseaba más que encontrar algún arco... Bueno, aún más deseaba a su hermano.
Como si su pensamiento hubiese detonado la realidad, un grito ahogado llegó a sus oídos desde el claro. No le fue difícil perder el rastro a sus perseguidores y volver al claro, buscando a su amado.
Lo encontró, pero su hallazgo no le reportó la satisfacción que esperaba. El jóven, antes lleno de vitalidad, yacía a sus pies, cubierto entero de sangre, y no toda ajena. Numerosas heridas mutilaban su cuerpo y no había rastro de pulso en su pecho, atravesado de lado a lado por una espada. Y lo que la llenó de ira: Kraster y otros guardias no estaban muertos y pronto despertarían. Un pensamiento atravesó su cabeza: No les dejaría tener su cuerpo. Tomó el cuerpo de su hermano. Muerto parecía más pequeño, pero eso no disminuyó la carga. Caminó (pues el peso no le permitía otra cosa) lenta e incansablemente hasta su casa.
Al volver al lugar que llamaba hogar, comprendió una cosa: Ella no pertenecía a una casa de piedra. Esos cascotes no significaban nada para ella. Su lugar estaba con su hermano, y de no ser eso posible, en ninguna parte. Y definitivamente, no donde siempre. Dejó el cadáver en el umbral de su puerta, se escabulló hasta su cuarto, tomó un cuchillo, su arco y unas flechas y volvió al refugio del bosque. Refugio que nunca más abandonó.

Kraster - Autor: Rodra

Guerrero Humano

Kraster es el comandante de la guardia asignado al pequeño pueblo de Lólinder. Es un hombre de 38 años, nacido en la capital, Karan. Sin padres y criado por un tío severo y violento, era el tipo de persona que la Guardia Imperial estaría orgullosa de poseer. A los 30 años, después de haber asesinado a su tío, la Ley Imperial sólo le dejaba dos opciones: Servicio militar perpetuo o decapitación. Por supuesto, eligió la primera. Se le puso a cargo de una de las numerosas unidades que patrullaban la ciudad por la noche, compuesta de seis hombres. Prontamente hizo abuso de su nueva posición de poder, un poder del que había carecido toda su vida. Numerosas violaciones y desapariciones fueron reportadas durante su período de guardia. Incluso, en un interrogatorio, llegó a torturar hasta la muerte a un tabernero por averiguar la localización de un ladrón. 
En sus primeros seis meses, no significó otra cosa que problemas para sus superiores. Dada su calidad de perpétuo, no había manera de hacerlo cesar en su servicio ni de sentenciarlo sin pruebas, por lo que decidieron disfrazar su solución de acenso. Se le puso al mando de una segunda unidad y se lo envió al pueblo de Lólinder, donde se esperaba que debido a la población mucho menos numerosa, los abusos que cometiese, no se conocieran fuera del pueblo.
Como se esperaba de él, al poco tiempo de llegar, fue odiado por los pueblerinos e idolatrado por sus subordinados, a quienes daba rienda suelta para ejercer sus más bajas pasiones. Pasado un mes de la llegada del destacamento, Kraster sufrió un ataque de un encapuchado gris. En este ataque, el encapuchado demostró ser mucho más hábil en el manejo de las armas, llegando a tenerlo acorralado. Temiendo por su vida, el capitán de la guardia decidió que era momento de huir. Realizando una finta con la espada, pudo golpear a su oponente en la cara con su escudo, desconcentrándolo por un instante. Ese instante fue suficiente para dos cosas que marcarían el destino de ambos:
Kraster huyó velozmente del lugar, dejando a su oponente atrás. La capucha del atacante anónimo se corrió: Era un hombre jóven, con rizos negros y ojos verdes. Unos rasgos que describían sin lugar a dudas a Dalith, el hijo del alcalde. El capitán decidió que era imposible pasar por alto esta ofensa y se quedó en vilo toda la noche cavilando sobre las posibilidades de reperar dicha afrenta.

Temprano a la mañana siguiente, se presentó en la casa de Edhior -el alcalde- golpeando la puerta enérgica y repetidamente. Le abrió Elladia, su hija menor, una doncella de 16 años, pelo castaño rizado largo hasta la cintura, cejas finas y unos rasgos angulosos, casi élficos. Al verla, las más bajas pasiones del guardia despertaron. Azorado por la belleza de su interlocutora, estaba balbuceando algo cuando fue interrumpido por un furioso Dalith, que amablemente apartó a su hermana de la puerta, y con una mirada gélida ordenó a Kraster que se mantuviera alejado de ella. El capitán tomó nota mentalmente de los sentimientos del jóven para con su hermana menor.

La mañana siguiente, se presentó nuevamente en la casa del alcalde. Apenas Edhior asomó su cabeza le propinó un derechazo tal que el anciano alcalde no pudo sino caer inconsciente. Kraster subió raudamente las escaleras, hacia los aposentos de Elladia. La encontró en el pasillo, despertando inmediatamente sus más bajas pasiones. Mediante un improvisado engaño, la llevó de su mano al bosque, donde lo aguardaba el resto de la guardia. Allí mismo se proponían forzar a la muchacha uno tras otro, para posteriormente darle muerte.

Elladia lloraba, gritaba, pataleaba y mordía, pero nada podía hacer para detener a una docena de hombres armados, mejor entrenados y envalentonados por el premio que esperaban conseguir. Finalmente, después de una fuerte bofetada con un guantelete de hierro, dejó de resistirse. Kraster rasgó su vestido y se proponía ser el primero en probar tan delicioso manjar. Un bramido resonó en el claro, dejando paralizado al capitán. Subiéndose los pantalones, se giró, para encontrar al mismo encapuchado gris. Portaba un estoque en su mano derecha, la izquierda oculta bajo la capa.

Dalith se descubrió la cara, mostrando unos rasgos desfigurados por la ira. Sin inmutarse, sacó la mano vacía de dentro de su capa. Con ella, tomó un guardia por el hombro, lo lanzó hacia su izquierda y lo dejó inconsciente con un golpe con el pomo de la espada. Otros dos guardias cayeron de manera similar. Un cuarto fue atravesado por el pecho con el estoque. Los siete restantes habían rodeado al hermano de la muchacha, mientras Kraster puso su espada al cuello del objeto de sus deseos. Al ver esto, Dalith enloqueció.

Lanzándose de frente contra él, mientras esquivaba los aguijonazos que intentaban propinarle las lanzas. Sin saber cómo, mató otros dos guardias (los que tenía enfrente) y corrió hacia el capitán, desarmándolo en el acto. Elladia, no sin antes lanzarle una mirada cómplice a su hermano, corrió por el bosque. Al verla, dos guardias fueron tras ella. Dalith intentó detenerlos, pero tenía otros cuatro problemas. Los guardias lograron, finalmente, clavarle sendas lanzas en las piernas. Con una fuerza digna de un semidiós, los levantó por el aire y los estrelló contra un árbol. El guardia que quedaba no dudó en entregar su arma y arrodillarse. Cuando el espadachín se agachó para tomarla, su error se cobró su precio:

Kraster, por su espalda, lanzó una estocada a su espalda. Afortunadamente, un escudo colocado previamente bajo la capa desvió el golpe, que se clavó profundamente en el hombro del muchacho. Ciego del dolor, dió media vuelta y clavó su estoque en el brazo que sostenía la espada. Para Kraster, el dolor fue tan lacerante que lo obligó a soltar el arma y caer de bruces. Finalmente, Dalith desfalleció por las heridas y el delirio abordó a su mente, llegando a ver a su difunta madre clavándole un alfiler en el tobillo. Cuando parpadeó, vio una serpiente aferrada a su pierna izquierda. Dándose por vencido, se tumbó en la hierba.

Despertó un día más tarde, tumbado sobre una superficie dura que conocía bien: Una mesa para rituales con el símbolo de Pellor en su centro. Sus heridas habían sido atendidas por un experto, aunque habían dejado su marca. Su padre, amargado, lo miraba desde lo alto, saludándolo con un amargo y escueto: "Sé más cuidadoso. No fue fácil traerte de vuelta. Tu hermana no ha regresado. Lo siento". Desde ese momento, la familia mermó a dos miembros  ya que Elladia nunca fue encontrada. Dalith, conociendo de su nueva situación de ofensor de la ley, decidió huir y vivir en los bosques, nunca alejándose del pueblo y siempre buscando a una muchacha de larga cabellara castaña rizada.


Los refuerzos llegaron de la capital, para reemplazar los caídos. Tres guardias frescos y recién entrenados. Día tras día se dedicaron infructuosamente a la caza del fugitivo. Con los meses, dejaron de buscar. Sin embargo, Kraster nunca olvidaría a aquel muchacho que le había arrebatado su premio, lo había humillado y como si fuera poco, marcó su brazo derecho de por vida con una larga cicatriz desde la muñeca hasta el hombro.