Guerrero Humano
Kraster es el comandante de la guardia asignado al pequeño pueblo de Lólinder. Es un hombre de 38 años, nacido en la capital, Karan. Sin padres y criado por un tío severo y violento, era el tipo de persona que la Guardia Imperial estaría orgullosa de poseer. A los 30 años, después de haber asesinado a su tío, la Ley Imperial sólo le dejaba dos opciones: Servicio militar perpetuo o decapitación. Por supuesto, eligió la primera. Se le puso a cargo de una de las numerosas unidades que patrullaban la ciudad por la noche, compuesta de seis hombres. Prontamente hizo abuso de su nueva posición de poder, un poder del que había carecido toda su vida. Numerosas violaciones y desapariciones fueron reportadas durante su período de guardia. Incluso, en un interrogatorio, llegó a torturar hasta la muerte a un tabernero por averiguar la localización de un ladrón.
En sus primeros seis meses, no significó otra cosa que problemas para sus superiores. Dada su calidad de perpétuo, no había manera de hacerlo cesar en su servicio ni de sentenciarlo sin pruebas, por lo que decidieron disfrazar su solución de acenso. Se le puso al mando de una segunda unidad y se lo envió al pueblo de Lólinder, donde se esperaba que debido a la población mucho menos numerosa, los abusos que cometiese, no se conocieran fuera del pueblo.
Como se esperaba de él, al poco tiempo de llegar, fue odiado por los pueblerinos e idolatrado por sus subordinados, a quienes daba rienda suelta para ejercer sus más bajas pasiones. Pasado un mes de la llegada del destacamento, Kraster sufrió un ataque de un encapuchado gris. En este ataque, el encapuchado demostró ser mucho más hábil en el manejo de las armas, llegando a tenerlo acorralado. Temiendo por su vida, el capitán de la guardia decidió que era momento de huir. Realizando una finta con la espada, pudo golpear a su oponente en la cara con su escudo, desconcentrándolo por un instante. Ese instante fue suficiente para dos cosas que marcarían el destino de ambos:
Kraster huyó velozmente del lugar, dejando a su oponente atrás. La capucha del atacante anónimo se corrió: Era un hombre jóven, con rizos negros y ojos verdes. Unos rasgos que describían sin lugar a dudas a Dalith, el hijo del alcalde. El capitán decidió que era imposible pasar por alto esta ofensa y se quedó en vilo toda la noche cavilando sobre las posibilidades de reperar dicha afrenta.
Temprano a la mañana siguiente, se presentó en la casa de Edhior -el alcalde- golpeando la puerta enérgica y repetidamente. Le abrió Elladia, su hija menor, una doncella de 16 años, pelo castaño rizado largo hasta la cintura, cejas finas y unos rasgos angulosos, casi élficos. Al verla, las más bajas pasiones del guardia despertaron. Azorado por la belleza de su interlocutora, estaba balbuceando algo cuando fue interrumpido por un furioso Dalith, que amablemente apartó a su hermana de la puerta, y con una mirada gélida ordenó a Kraster que se mantuviera alejado de ella. El capitán tomó nota mentalmente de los sentimientos del jóven para con su hermana menor.
La mañana siguiente, se presentó nuevamente en la casa del alcalde. Apenas Edhior asomó su cabeza le propinó un derechazo tal que el anciano alcalde no pudo sino caer inconsciente. Kraster subió raudamente las escaleras, hacia los aposentos de Elladia. La encontró en el pasillo, despertando inmediatamente sus más bajas pasiones. Mediante un improvisado engaño, la llevó de su mano al bosque, donde lo aguardaba el resto de la guardia. Allí mismo se proponían forzar a la muchacha uno tras otro, para posteriormente darle muerte.
Elladia lloraba, gritaba, pataleaba y mordía, pero nada podía hacer para detener a una docena de hombres armados, mejor entrenados y envalentonados por el premio que esperaban conseguir. Finalmente, después de una fuerte bofetada con un guantelete de hierro, dejó de resistirse. Kraster rasgó su vestido y se proponía ser el primero en probar tan delicioso manjar. Un bramido resonó en el claro, dejando paralizado al capitán. Subiéndose los pantalones, se giró, para encontrar al mismo encapuchado gris. Portaba un estoque en su mano derecha, la izquierda oculta bajo la capa.
Dalith se descubrió la cara, mostrando unos rasgos desfigurados por la ira. Sin inmutarse, sacó la mano vacía de dentro de su capa. Con ella, tomó un guardia por el hombro, lo lanzó hacia su izquierda y lo dejó inconsciente con un golpe con el pomo de la espada. Otros dos guardias cayeron de manera similar. Un cuarto fue atravesado por el pecho con el estoque. Los siete restantes habían rodeado al hermano de la muchacha, mientras Kraster puso su espada al cuello del objeto de sus deseos. Al ver esto, Dalith enloqueció.
Lanzándose de frente contra él, mientras esquivaba los aguijonazos que intentaban propinarle las lanzas. Sin saber cómo, mató otros dos guardias (los que tenía enfrente) y corrió hacia el capitán, desarmándolo en el acto. Elladia, no sin antes lanzarle una mirada cómplice a su hermano, corrió por el bosque. Al verla, dos guardias fueron tras ella. Dalith intentó detenerlos, pero tenía otros cuatro problemas. Los guardias lograron, finalmente, clavarle sendas lanzas en las piernas. Con una fuerza digna de un semidiós, los levantó por el aire y los estrelló contra un árbol. El guardia que quedaba no dudó en entregar su arma y arrodillarse. Cuando el espadachín se agachó para tomarla, su error se cobró su precio:
Kraster, por su espalda, lanzó una estocada a su espalda. Afortunadamente, un escudo colocado previamente bajo la capa desvió el golpe, que se clavó profundamente en el hombro del muchacho. Ciego del dolor, dió media vuelta y clavó su estoque en el brazo que sostenía la espada. Para Kraster, el dolor fue tan lacerante que lo obligó a soltar el arma y caer de bruces. Finalmente, Dalith desfalleció por las heridas y el delirio abordó a su mente, llegando a ver a su difunta madre clavándole un alfiler en el tobillo. Cuando parpadeó, vio una serpiente aferrada a su pierna izquierda. Dándose por vencido, se tumbó en la hierba.
Despertó un día más tarde, tumbado sobre una superficie dura que conocía bien: Una mesa para rituales con el símbolo de Pellor en su centro. Sus heridas habían sido atendidas por un experto, aunque habían dejado su marca. Su padre, amargado, lo miraba desde lo alto, saludándolo con un amargo y escueto: "Sé más cuidadoso. No fue fácil traerte de vuelta. Tu hermana no ha regresado. Lo siento". Desde ese momento, la familia mermó a dos miembros ya que Elladia nunca fue encontrada. Dalith, conociendo de su nueva situación de ofensor de la ley, decidió huir y vivir en los bosques, nunca alejándose del pueblo y siempre buscando a una muchacha de larga cabellara castaña rizada.
Los refuerzos llegaron de la capital, para reemplazar los caídos. Tres guardias frescos y recién entrenados. Día tras día se dedicaron infructuosamente a la caza del fugitivo. Con los meses, dejaron de buscar. Sin embargo, Kraster nunca olvidaría a aquel muchacho que le había arrebatado su premio, lo había humillado y como si fuera poco, marcó su brazo derecho de por vida con una larga cicatriz desde la muñeca hasta el hombro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario