domingo, 6 de octubre de 2013
viernes, 20 de septiembre de 2013
Aramil - Autor Ivo
Aramil
Explorador Elfo
Sobre las magnitudes del gran bosque élfico se encuentra
una ciudad que parece ser parte de este hermoso bosque de árboles blancos y
amarillos. Se trata de Vilinort, la mayor de las ciudades élficas. En esta
ciudad vivía un joven elfo llamado Aramil, se trataba de un joven sediento de
aventuras y con muchas ganas de recorrer el mundo. Ya de joven comenzó a
especializarse en tiro con arco, llegando a sus 120 años como un gran arquero.
Ya que realmente nada lo retenía a su ciudad natal y su sed de aventuras era
cada día mayor, Aramil comenzó a recorrer Tierras Doradas. Salió del bosque
élfico, enfrentando los grandes peligros que este oculta, llegando a los Cerros
Imperiales en poco tiempo, donde acampo apenas llego. Debido a sus pocos
conocimientos de fuera de las tierras, el no conocía la historia de este cerro…
A la mañana siguiente, Aramil despertó con un gran dolor
de cabeza. Veía que todo se movía y sentía una gran presión en el abdomen. Al
mirar hacia arriba, Aramil diviso lo que era una figura humanoide, un humano
gigante que lo llevaba apresado en su mano derecha. Este gigante vestía una
túnica de cuero y sobre su hombro cargaba un garrote de madera que sostenía con
su mano izquierda. Su rostro era como el de un humano algo grotesco, con nariz
redondeada, pómulos y cejas prominentes, boca pequeña y prácticamente sin
mentón. Este gigante estaba subiendo el cerro. Cuando llegó a una zona cercana
a la cima, deposito a Aramil en una jaula de maderos cruzados. El gigante se
sentó sobre una roca frente a la jaula. Comenzó a mirar a Aramil y dijo:
Gigante: -Quien ser tú-
Aramil: - Aramil, soy soy Aramil.-
Gigante: -A Dok no gustan elfos-
Aramil: -Aramil es bueno, Aramil es
amigo-
Gigante: -Calla elfo, ¿porque venir
aquí?-
Aramil: -Aramil es aventurero,
Aramil se fue de su casa y esta solo.-
Gigante: -Dok esta solo, Dok no tiene
amigos ni familia.-
Aramil: -Aramil puede ser amigo.-
Gigante: -¿Quiere Aramil ser amigo de
Dok? Nadie quiere a Dok. Dok malo, Dok torpe, Dok tonto.-
Aramil: -Aramil será amigo de Dok y
lo visitará. Pero Aramil debe irse ahora.-
Gigante: -Dok no entiende, ¿Por qué
Aramil irse?-
Aramil: -Aramil no ha hecho las
cosas bien, debe marcharse, pero vendra a ver a Dok.-
Gigante: -Dok entiende. Dok sentirse
solo. Dok no ser malo, Dok solo querer amigos…
(se levanta y saca con
cuidado a Aramil de su jaula)
Gigante: -Aramil debe prometer
visitar a Dok.-
Aramil: -Aramil lo visitará.-
-Adios amigo, buen viaje.-
Luego de esta peculiar charla, Aramil, que seguía algo
asustado, se marcho hacia el noreste. Luego de algunos días de viaje llego a
Rebentus, la capital de la fuerza revolucionaria. Sin saber que hacer, se dirigió a una taberna.
viernes, 6 de septiembre de 2013
Kart Reygon Teonidas - Autor: Ivoo
Evocador Elfo
Hace
cientos de años, si no es que miles, en la ciudad élfica de Vilinort vivía un
joven elfo, de cabello rubio, casi blanco y tan suave como la seda. La ciudad
de Vilinort es una ciudad-árbol, por así decirlo. Esta totalmente rodeada por
el espeso bosque élfico, que se compone de árboles de gran altura cuyas copas
pintan un paisaje verde amarillento. La gran ciudad posee un enorme árbol de
cientos de metros de altura en el centro, donde se encuentran las viviendas más
lujosas. Aparte de este, hay muchos otros árboles dentro de la ciudad, que son
más bajos, donde viven elfos de menor categoría social. Toda la ciudad esta
rodeada de una gran muralla blanca, construida de una rara variedad de mármol
que es extremadamente duro. Posee cientos de figuras talladas: Elfos, Drows,
Humanos, Orcos, Dragones, Centauros, Sátiros, Ninfas, entre otras cosas. Posee
además una gran enredadera que la cubre casi en su totalidad, apenas dejando
ver las hermosas figuras. Pero vamos a dejar de hablar de la muralla, volvamos
al gran árbol del centro y a este joven a quien describía. En este árbol vivía
la familia Teonidas, familia del gobernador, Yoan Reygon Teonidas. Su único
hijo se llamaba Kart Reygon Teonidas, y acababa de comenzar la escuela de magia
de Evocación. Este joven, Kart, es de quien les hablaba. A la corta edad de
noventa años, ya con gran conocimiento arcano, tuvo una discusión con su padre
y se fue de la ciudad. Había oído hablar muy bien del imperio, reinado en ese
momento por Tarses II. Su capital era Qyndom, y era allí donde el se dirigiría.
Cuando llegó trabajó un tiempo como ayudante del hechicero del palacio real,
pero este, que ya estaba en su tercera edad humana, falleció pasados apenas dos
años y medio de la llegada de Kart. Kart, quien ya se había ganado la confianza
de Tarses II, fue ascendido a Mago del palacio, teniendo muchas mas
responsabilidades. Allí permaneció mucho tiempo: Vio como el trono fue pasado a
Tarses III, y luego vio la muerte de Tarses III, la de Tarses IV y la de Tarses V y la asunción al trono de
Reggat I. Al ver todos los estragos que este causaba, entre los que podemos
nombrar, impuestos catastróficos, torturas en público, secuestros anónimos
entre otras cosas que es preferible no decir, Kart, quien tenía una gran
cantidad de poderosos contactos, organizo una revolución: Con aproximadamente
doscientos hombres lucho contra el imperio desde adentro, causando grandes
problemas. Al ver que sus hombres eran cada vez menos, Kart se retiro y,
cientos de kilómetros al este, fundo una ciudad a la que llamo Rebentus. La
ciudad sería la capital de la nueva fuerza revolucionaria, o fuerza rebelde,
como la llaman los imperiales. Esta seria la primera de muchas ciudades. La
fuerza revolucionaria creció y creció. Kart fue nombrado gobernador y líder de
la fuerza, además de ser reconocido como un gran héroe en las tierras. Hoy en
día, Kart, ya en edad adulta, sigue gobernando, además de que día a día mejora
sus habilidades mágicas.
jueves, 5 de septiembre de 2013
Uter Pedicabo - Autor: Ivoo
Uter Pedicabo
Bardo-Pícaro Gnomo
Bueno, les
voy a contar mi historia. Mi nombre es Uter, soy un gnomo y mi pasión es la
música, pero a lo largo de mi vida hubo ciertos inconvenientes que hicieron que
me gane el odio de mucha gente. Comencé con mi carrera musical a corta edad,
tocando el laúd en tabernas para ganar monedas y poder ayudar a mi familia que se
encontraba en situación de calle. Al principio era bastante malo, pero con el
tiempo mejore mucho tanto tocando como cantando. Las baladas que componía se
hacían cada vez mas conocidas y la gente comenzaba a buscarme para que les
cante. Un día, el consejero del gobernador me pidió si podía ser el bardo del
palacio, a lo que yo, sin dudarlo, acepte. Si bien las cosas iban tranquilas,
un día ocurrió un hecho que hizo que mi vida pegase un giro que jamás hubiera
imaginado. Era el cumpleaños del gobernador, yo ya había dado una presentación
y me encontraba bajo unas cuantas copa del buen vino de la casa, cuando un
largo* que ya se encontraba totalmente ebrio, tratando de pedirme que toque mi
mas famosa balada “Cuando la Vida
es Muerte” me insulto, llamándome por algo que no me habían dicho desde hacia
ya mucho tiempo: “Tócate la de la
Muerte , petizo maricón”. Yo, bajo los efectos del alcohol,
reaccione de una manera violenta contra el largo, golpeándolo en la
entrepierna, lo que produjo que caiga arrodillado, quedando su cabeza justo a
la altura de la mía. Le dije “A quien llamas petizo, largo” y le escupí en la
cara. Al instante, dos guardias me tomaron de los hombros y me esposaron. Todos
se quedaron mirando y susurrándose los unos a los otros: “Ataco al príncipe, es
un mal nacido”, “Denle horca al petizo”, “Servirá mas como carroña que como
bardo”, “Quémenlo en la hoguera”, entre otras cosas espantosas, pues el largo
que había atacado era ni mas ni menos que el hijo del rey.
Fui llevado a la prisión, donde me
tiraron a una oscura celda llena de paja, moho, hongos, ratas y cucarachas. Yo
aún no entendía nada, pues seguía bajo efectos del alcohol. Me desmaye sobre la
paja que poblaba la celda y recién cuando desperté comencé a entender todo y a
recordar los hechos que habían ocurrido.
A medida que los meses iban pasando,
una ira hacia la familia real me iba consumiendo. Planeaba mi escape, ya que
según había escuchado, me quedaban pocos meses de vida. Mi plan consistía en
crear una distracción que hiciera que los guardias abandonaran sus puestos.
Ahí, un amigo con el que me comunicaba a través de un pequeño hueco en la pared
me pasaría una ganzúa, con la cual iba a abrir el cerrojo de una pequeña
escotilla de ventilación que daba a las cañerías de la ciudad. De ahí debía
caminar hasta llegar a la salida de la ciudad, donde mi amigo con un caballo me
esperaría para escapar.
Eran las dos de la tarde, hora en que
casi todos los guardias se encuentran mirando mi celda. Mi amigo, que poseía
conocimientos de magia arcana, lanzo un hechizo para generar la voz de uno de
los prisioneros más peligrosos gritando fuera de la prisión: “Soy libre,
muéranse guardias”, a lo que toda la guardia creyendo que este se había
escapado fueron corriendo afuera. Yo aproveche el momento y con la ganzúa logre
abrir la pequeña reja. Pase y fui corriendo a través de una oscura y maloliente
cañería hasta llegar a las afueras de la ciudad, donde mi amigo estaba esperándome,
junto a un caballo y un pony. Pero aún mi misión no había acabado. Quería
causar el mal en quien me lo había causado, motivo por el cual, junto a mi
amigo hicimos un plan para robar la casa del príncipe: El príncipe todas las
noches de los sábados salía a comer con su amada. Ese era el momento en el que debíamos
entrar. Pero, ¿Qué robarle? Había que darle donde mas le duela…
Ya eran pasadas las nueve de la noche
cuando vimos al príncipe salir de su mansión. Sabíamos que habría guardias
dentro, por eso, cuando ya el príncipe se encontraba suficientemente lejos, mi
amigo lanzo una bola de fuego sobre uno de sus mas preciados árboles de su
magnifico y verde jardín. El árbol comenzó a arder, llamando la atención de
toda la guardia que patrullaba la casa que, inmediatamente, fue a apagar el
fuego antes de que este se extienda a la casa. Aprovechamos para entrar. Mi
compañero lanzo un sortilegio que cerro las cerraduras de las puertas de
entrada y ventanas de la casa. Ya dentro y a salvo, fuimos a la habitación del príncipe.
Ahí hallamos gran variedad de objetos, para empezar, muchas joyas en las que se
incluían rubíes, zafiros, esmeraldas, topacios y diamantes de una calidad que
indicaba un valor tan alto que ni lo podía imaginar. También hallamos dentro de
una vitrina una hermosa daga de un color dorado, adornada con joyas de todos
colores. Pero lo más importante que encontramos fue un collar de perlas
encantado, que se encontraba en una especie de vitrina, con una ficha que decía:
Collar de la primera reina, llenara de valor a quien lo use. Tomamos el collar,
la daga y las gemas. Mi compañero lanzo un conjuro de invisibilidad y nos
escabullimos por una pequeña ventana, escapando de los patrullas que trataban
de entrar a la casa y no entendían porque las puertas se habían bloqueado.
Luego de una larga caminata, nos encontrábamos
en el bosque. Yo, un fugitivo y el, mi cómplice. Decidimos que no podríamos
volver a aquella ciudad jamás, ni siquiera podríamos volver a pisar cualquier
ciudad de aquel imperio, así que decidimos irnos a vivir a una ciudad
perteneciente a la fuerza rebelde. La ciudad se llamaba Rebentus y era la
capital. Ahí, una vez que llegamos, nos repartimos las gemas. Yo me quede con
la daga y el con el collar de la reina. Nos separamos y cada uno de nosotros se
compro una casa y un local para poder tener un trabajo estable. Yo abrí una
taberna, mientras que mi compañero, creo que había abierto una tienda de
objetos arcanos y componentes de conjuros. El motivo por el que no digo como se
llama mi buen amigo, es porque su nombre esta escrito en lengua dracónica, y
hasta el día de hoy no lo se pronunciar bien ni escribir.
*Largo: Adjetivo calificativo que
usa Uter para hablar de seres que son altos, como los humanos, aunque lo suele
usar solo cuando trata de agredir al “Largo”.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Elladia y Dalith - Autor: Rodra
Dalith: Espadachin Humano - Elladia: Batidora Humana
Elladia es la hija menor de Edhior, el alcalde de Lólinder. Su infancia transcurrió tranquila. Más tranquila de lo que cualquier niña pueda desear. Siendo hija de un padre severo y teniendo un hermano sobreprotector, pocas fueron sus oportunidades de conocer el mundo, e incluso, pocas fueron las veces que abandonó su casa. Habiendo perecido su madre al darle a luz, Dalith la atendía y la colmaba de atenciones, convirtiéndola en la niña mimada de la familia a la vez que sin saberlo, moldeaba el corazón de la jóven a su favor.
El día de su diecisieteavo cumpleaños, la muchacha decidió poner todas sus cartas sobre la mesa y apostar su felicidad en una sola mano. Esa misma noche, esperó a que todos estuvieran dormidos para presentarse en la recámara de su hermano. Dalith disfrutaba plácidamente del abrazo de morfeo entre sus sábanas de lino. Abrazo que su hermana decidió deshacer, no sin antes despojarse de todas sus vestiduras. Habiéndose desnudado, procedió a sacudir el hombro del dormido, llamándole en susurros.
El jóven abrió los ojos, aún embotado por el sueño, sintiéndose llamado para un propósito superior. Cuando despertó lo suficiente para tener un panorama de su alrededor, la perfección de la visión lo dejó azorado. Una jóven hermosa se desperezaba desnuda junto a su cama. En un principio, atribuyó la visión a las bendiciones con las que Morfeo nos otorga. Posteriormente, reconociéndose despierto, enfocó su vista en los rasgos de la muchacha, reconociendo en ella a la hermana que colmaba de atenciones. Nada pequeña fue su estupefacción cuando entre susurros la jóven con la que compartía cama (¿Cuándo y cómo se había acostado?) le hizo conocedor de sus sentimientos y le prometió amor eterno y un paraíso de mil maravillas junto a ella.
Así como nada pequeño fue el disgusto de Elladia cuando fue rechazada firmemente por el objeto de sus deseos. En ningún momento cesó los susurros a los atentos oídos de Dalith, y no pasó demasiado tiempo hasta que vió su voluntad flaquear. Insistente en una forma que sólo su enorme deseo podía lograr, finalmente convenció a su hermano de hacerla suya.
No fue hasta largamente pasada la medianoche cuando se dispusieron a dormir, mas el deseo de liberar el estrés de Dalith lo forzó a abandonar el hogar al despuntar el alba, dirigiéndose a entrenar al bosque. De vuelta en la casa, unos atronadores golpes en la puerta despertaron a la jóven doncella, que se apresuró a vestirse. Al salir al pasillo, se encontró con Kraster, el capitán de la guardia, que mencionó algo sobre unas hierbas en el bosque. Sin más demora, la llevó tras él, uniéndose otros guardias en el camino.
Una vez internados en el bosque, Elladia comenzó a temer por su vida. La mirada de los guardias de repente no parecían tranquilizadoras, sino... Hambrientas. Finalmente llegaron a un claro, donde la despojaron de sus vestiduras. Lloró, gritó, pataleó e incluso mordió una mano, pero fue en vano. Un golpe con un guantelete de acero logró acallarla y bajar su mirada.
De repente, un bramido resonó en el claro. No podía ser otro que su hermano. Respiró aliviada. Lo sabía un buen espadachín, probáblemente mejor que todos los guardias juntos. Entonces volteó para verlo. Abatía guardia tras guardia con una facilidad y un odio poco comunes en su raza. Entonces sintió una espada al cuello y el tiempo se detuvo por un momento. sólo para ella y su hermano. Vió determinación en sus ojos y percibió un leve asentimiento. Se entendieron como nunca y Elladia se preparó para correr. Siempre había tenido una complexión elástica y corría más rápido que todos los hombres de su edad. No alcanzó a ver qué hizo su hermano, pero apenas se vió libre, se largó a correr.
Sabía que había al menos un guardia siguiéndola, pues oía sus pisadas. Si tan sólo tuviese su arco consigo, esos guardias estarían convertidos en alfileteros. Nada deseaba más que encontrar algún arco... Bueno, aún más deseaba a su hermano.
Como si su pensamiento hubiese detonado la realidad, un grito ahogado llegó a sus oídos desde el claro. No le fue difícil perder el rastro a sus perseguidores y volver al claro, buscando a su amado.
Lo encontró, pero su hallazgo no le reportó la satisfacción que esperaba. El jóven, antes lleno de vitalidad, yacía a sus pies, cubierto entero de sangre, y no toda ajena. Numerosas heridas mutilaban su cuerpo y no había rastro de pulso en su pecho, atravesado de lado a lado por una espada. Y lo que la llenó de ira: Kraster y otros guardias no estaban muertos y pronto despertarían. Un pensamiento atravesó su cabeza: No les dejaría tener su cuerpo. Tomó el cuerpo de su hermano. Muerto parecía más pequeño, pero eso no disminuyó la carga. Caminó (pues el peso no le permitía otra cosa) lenta e incansablemente hasta su casa.
Al volver al lugar que llamaba hogar, comprendió una cosa: Ella no pertenecía a una casa de piedra. Esos cascotes no significaban nada para ella. Su lugar estaba con su hermano, y de no ser eso posible, en ninguna parte. Y definitivamente, no donde siempre. Dejó el cadáver en el umbral de su puerta, se escabulló hasta su cuarto, tomó un cuchillo, su arco y unas flechas y volvió al refugio del bosque. Refugio que nunca más abandonó.
Elladia es la hija menor de Edhior, el alcalde de Lólinder. Su infancia transcurrió tranquila. Más tranquila de lo que cualquier niña pueda desear. Siendo hija de un padre severo y teniendo un hermano sobreprotector, pocas fueron sus oportunidades de conocer el mundo, e incluso, pocas fueron las veces que abandonó su casa. Habiendo perecido su madre al darle a luz, Dalith la atendía y la colmaba de atenciones, convirtiéndola en la niña mimada de la familia a la vez que sin saberlo, moldeaba el corazón de la jóven a su favor.
El día de su diecisieteavo cumpleaños, la muchacha decidió poner todas sus cartas sobre la mesa y apostar su felicidad en una sola mano. Esa misma noche, esperó a que todos estuvieran dormidos para presentarse en la recámara de su hermano. Dalith disfrutaba plácidamente del abrazo de morfeo entre sus sábanas de lino. Abrazo que su hermana decidió deshacer, no sin antes despojarse de todas sus vestiduras. Habiéndose desnudado, procedió a sacudir el hombro del dormido, llamándole en susurros.
El jóven abrió los ojos, aún embotado por el sueño, sintiéndose llamado para un propósito superior. Cuando despertó lo suficiente para tener un panorama de su alrededor, la perfección de la visión lo dejó azorado. Una jóven hermosa se desperezaba desnuda junto a su cama. En un principio, atribuyó la visión a las bendiciones con las que Morfeo nos otorga. Posteriormente, reconociéndose despierto, enfocó su vista en los rasgos de la muchacha, reconociendo en ella a la hermana que colmaba de atenciones. Nada pequeña fue su estupefacción cuando entre susurros la jóven con la que compartía cama (¿Cuándo y cómo se había acostado?) le hizo conocedor de sus sentimientos y le prometió amor eterno y un paraíso de mil maravillas junto a ella.
Así como nada pequeño fue el disgusto de Elladia cuando fue rechazada firmemente por el objeto de sus deseos. En ningún momento cesó los susurros a los atentos oídos de Dalith, y no pasó demasiado tiempo hasta que vió su voluntad flaquear. Insistente en una forma que sólo su enorme deseo podía lograr, finalmente convenció a su hermano de hacerla suya.
No fue hasta largamente pasada la medianoche cuando se dispusieron a dormir, mas el deseo de liberar el estrés de Dalith lo forzó a abandonar el hogar al despuntar el alba, dirigiéndose a entrenar al bosque. De vuelta en la casa, unos atronadores golpes en la puerta despertaron a la jóven doncella, que se apresuró a vestirse. Al salir al pasillo, se encontró con Kraster, el capitán de la guardia, que mencionó algo sobre unas hierbas en el bosque. Sin más demora, la llevó tras él, uniéndose otros guardias en el camino.
Una vez internados en el bosque, Elladia comenzó a temer por su vida. La mirada de los guardias de repente no parecían tranquilizadoras, sino... Hambrientas. Finalmente llegaron a un claro, donde la despojaron de sus vestiduras. Lloró, gritó, pataleó e incluso mordió una mano, pero fue en vano. Un golpe con un guantelete de acero logró acallarla y bajar su mirada.
De repente, un bramido resonó en el claro. No podía ser otro que su hermano. Respiró aliviada. Lo sabía un buen espadachín, probáblemente mejor que todos los guardias juntos. Entonces volteó para verlo. Abatía guardia tras guardia con una facilidad y un odio poco comunes en su raza. Entonces sintió una espada al cuello y el tiempo se detuvo por un momento. sólo para ella y su hermano. Vió determinación en sus ojos y percibió un leve asentimiento. Se entendieron como nunca y Elladia se preparó para correr. Siempre había tenido una complexión elástica y corría más rápido que todos los hombres de su edad. No alcanzó a ver qué hizo su hermano, pero apenas se vió libre, se largó a correr.
Sabía que había al menos un guardia siguiéndola, pues oía sus pisadas. Si tan sólo tuviese su arco consigo, esos guardias estarían convertidos en alfileteros. Nada deseaba más que encontrar algún arco... Bueno, aún más deseaba a su hermano.
Como si su pensamiento hubiese detonado la realidad, un grito ahogado llegó a sus oídos desde el claro. No le fue difícil perder el rastro a sus perseguidores y volver al claro, buscando a su amado.
Lo encontró, pero su hallazgo no le reportó la satisfacción que esperaba. El jóven, antes lleno de vitalidad, yacía a sus pies, cubierto entero de sangre, y no toda ajena. Numerosas heridas mutilaban su cuerpo y no había rastro de pulso en su pecho, atravesado de lado a lado por una espada. Y lo que la llenó de ira: Kraster y otros guardias no estaban muertos y pronto despertarían. Un pensamiento atravesó su cabeza: No les dejaría tener su cuerpo. Tomó el cuerpo de su hermano. Muerto parecía más pequeño, pero eso no disminuyó la carga. Caminó (pues el peso no le permitía otra cosa) lenta e incansablemente hasta su casa.
Al volver al lugar que llamaba hogar, comprendió una cosa: Ella no pertenecía a una casa de piedra. Esos cascotes no significaban nada para ella. Su lugar estaba con su hermano, y de no ser eso posible, en ninguna parte. Y definitivamente, no donde siempre. Dejó el cadáver en el umbral de su puerta, se escabulló hasta su cuarto, tomó un cuchillo, su arco y unas flechas y volvió al refugio del bosque. Refugio que nunca más abandonó.
Kraster - Autor: Rodra
Guerrero Humano
Kraster es el comandante de la guardia asignado al pequeño pueblo de Lólinder. Es un hombre de 38 años, nacido en la capital, Karan. Sin padres y criado por un tío severo y violento, era el tipo de persona que la Guardia Imperial estaría orgullosa de poseer. A los 30 años, después de haber asesinado a su tío, la Ley Imperial sólo le dejaba dos opciones: Servicio militar perpetuo o decapitación. Por supuesto, eligió la primera. Se le puso a cargo de una de las numerosas unidades que patrullaban la ciudad por la noche, compuesta de seis hombres. Prontamente hizo abuso de su nueva posición de poder, un poder del que había carecido toda su vida. Numerosas violaciones y desapariciones fueron reportadas durante su período de guardia. Incluso, en un interrogatorio, llegó a torturar hasta la muerte a un tabernero por averiguar la localización de un ladrón.
En sus primeros seis meses, no significó otra cosa que problemas para sus superiores. Dada su calidad de perpétuo, no había manera de hacerlo cesar en su servicio ni de sentenciarlo sin pruebas, por lo que decidieron disfrazar su solución de acenso. Se le puso al mando de una segunda unidad y se lo envió al pueblo de Lólinder, donde se esperaba que debido a la población mucho menos numerosa, los abusos que cometiese, no se conocieran fuera del pueblo.
Como se esperaba de él, al poco tiempo de llegar, fue odiado por los pueblerinos e idolatrado por sus subordinados, a quienes daba rienda suelta para ejercer sus más bajas pasiones. Pasado un mes de la llegada del destacamento, Kraster sufrió un ataque de un encapuchado gris. En este ataque, el encapuchado demostró ser mucho más hábil en el manejo de las armas, llegando a tenerlo acorralado. Temiendo por su vida, el capitán de la guardia decidió que era momento de huir. Realizando una finta con la espada, pudo golpear a su oponente en la cara con su escudo, desconcentrándolo por un instante. Ese instante fue suficiente para dos cosas que marcarían el destino de ambos:
Kraster huyó velozmente del lugar, dejando a su oponente atrás. La capucha del atacante anónimo se corrió: Era un hombre jóven, con rizos negros y ojos verdes. Unos rasgos que describían sin lugar a dudas a Dalith, el hijo del alcalde. El capitán decidió que era imposible pasar por alto esta ofensa y se quedó en vilo toda la noche cavilando sobre las posibilidades de reperar dicha afrenta.
Temprano a la mañana siguiente, se presentó en la casa de Edhior -el alcalde- golpeando la puerta enérgica y repetidamente. Le abrió Elladia, su hija menor, una doncella de 16 años, pelo castaño rizado largo hasta la cintura, cejas finas y unos rasgos angulosos, casi élficos. Al verla, las más bajas pasiones del guardia despertaron. Azorado por la belleza de su interlocutora, estaba balbuceando algo cuando fue interrumpido por un furioso Dalith, que amablemente apartó a su hermana de la puerta, y con una mirada gélida ordenó a Kraster que se mantuviera alejado de ella. El capitán tomó nota mentalmente de los sentimientos del jóven para con su hermana menor.
La mañana siguiente, se presentó nuevamente en la casa del alcalde. Apenas Edhior asomó su cabeza le propinó un derechazo tal que el anciano alcalde no pudo sino caer inconsciente. Kraster subió raudamente las escaleras, hacia los aposentos de Elladia. La encontró en el pasillo, despertando inmediatamente sus más bajas pasiones. Mediante un improvisado engaño, la llevó de su mano al bosque, donde lo aguardaba el resto de la guardia. Allí mismo se proponían forzar a la muchacha uno tras otro, para posteriormente darle muerte.
Elladia lloraba, gritaba, pataleaba y mordía, pero nada podía hacer para detener a una docena de hombres armados, mejor entrenados y envalentonados por el premio que esperaban conseguir. Finalmente, después de una fuerte bofetada con un guantelete de hierro, dejó de resistirse. Kraster rasgó su vestido y se proponía ser el primero en probar tan delicioso manjar. Un bramido resonó en el claro, dejando paralizado al capitán. Subiéndose los pantalones, se giró, para encontrar al mismo encapuchado gris. Portaba un estoque en su mano derecha, la izquierda oculta bajo la capa.
Dalith se descubrió la cara, mostrando unos rasgos desfigurados por la ira. Sin inmutarse, sacó la mano vacía de dentro de su capa. Con ella, tomó un guardia por el hombro, lo lanzó hacia su izquierda y lo dejó inconsciente con un golpe con el pomo de la espada. Otros dos guardias cayeron de manera similar. Un cuarto fue atravesado por el pecho con el estoque. Los siete restantes habían rodeado al hermano de la muchacha, mientras Kraster puso su espada al cuello del objeto de sus deseos. Al ver esto, Dalith enloqueció.
Lanzándose de frente contra él, mientras esquivaba los aguijonazos que intentaban propinarle las lanzas. Sin saber cómo, mató otros dos guardias (los que tenía enfrente) y corrió hacia el capitán, desarmándolo en el acto. Elladia, no sin antes lanzarle una mirada cómplice a su hermano, corrió por el bosque. Al verla, dos guardias fueron tras ella. Dalith intentó detenerlos, pero tenía otros cuatro problemas. Los guardias lograron, finalmente, clavarle sendas lanzas en las piernas. Con una fuerza digna de un semidiós, los levantó por el aire y los estrelló contra un árbol. El guardia que quedaba no dudó en entregar su arma y arrodillarse. Cuando el espadachín se agachó para tomarla, su error se cobró su precio:
Kraster, por su espalda, lanzó una estocada a su espalda. Afortunadamente, un escudo colocado previamente bajo la capa desvió el golpe, que se clavó profundamente en el hombro del muchacho. Ciego del dolor, dió media vuelta y clavó su estoque en el brazo que sostenía la espada. Para Kraster, el dolor fue tan lacerante que lo obligó a soltar el arma y caer de bruces. Finalmente, Dalith desfalleció por las heridas y el delirio abordó a su mente, llegando a ver a su difunta madre clavándole un alfiler en el tobillo. Cuando parpadeó, vio una serpiente aferrada a su pierna izquierda. Dándose por vencido, se tumbó en la hierba.
Despertó un día más tarde, tumbado sobre una superficie dura que conocía bien: Una mesa para rituales con el símbolo de Pellor en su centro. Sus heridas habían sido atendidas por un experto, aunque habían dejado su marca. Su padre, amargado, lo miraba desde lo alto, saludándolo con un amargo y escueto: "Sé más cuidadoso. No fue fácil traerte de vuelta. Tu hermana no ha regresado. Lo siento". Desde ese momento, la familia mermó a dos miembros ya que Elladia nunca fue encontrada. Dalith, conociendo de su nueva situación de ofensor de la ley, decidió huir y vivir en los bosques, nunca alejándose del pueblo y siempre buscando a una muchacha de larga cabellara castaña rizada.
Los refuerzos llegaron de la capital, para reemplazar los caídos. Tres guardias frescos y recién entrenados. Día tras día se dedicaron infructuosamente a la caza del fugitivo. Con los meses, dejaron de buscar. Sin embargo, Kraster nunca olvidaría a aquel muchacho que le había arrebatado su premio, lo había humillado y como si fuera poco, marcó su brazo derecho de por vida con una larga cicatriz desde la muñeca hasta el hombro.
Kraster es el comandante de la guardia asignado al pequeño pueblo de Lólinder. Es un hombre de 38 años, nacido en la capital, Karan. Sin padres y criado por un tío severo y violento, era el tipo de persona que la Guardia Imperial estaría orgullosa de poseer. A los 30 años, después de haber asesinado a su tío, la Ley Imperial sólo le dejaba dos opciones: Servicio militar perpetuo o decapitación. Por supuesto, eligió la primera. Se le puso a cargo de una de las numerosas unidades que patrullaban la ciudad por la noche, compuesta de seis hombres. Prontamente hizo abuso de su nueva posición de poder, un poder del que había carecido toda su vida. Numerosas violaciones y desapariciones fueron reportadas durante su período de guardia. Incluso, en un interrogatorio, llegó a torturar hasta la muerte a un tabernero por averiguar la localización de un ladrón.
En sus primeros seis meses, no significó otra cosa que problemas para sus superiores. Dada su calidad de perpétuo, no había manera de hacerlo cesar en su servicio ni de sentenciarlo sin pruebas, por lo que decidieron disfrazar su solución de acenso. Se le puso al mando de una segunda unidad y se lo envió al pueblo de Lólinder, donde se esperaba que debido a la población mucho menos numerosa, los abusos que cometiese, no se conocieran fuera del pueblo.
Como se esperaba de él, al poco tiempo de llegar, fue odiado por los pueblerinos e idolatrado por sus subordinados, a quienes daba rienda suelta para ejercer sus más bajas pasiones. Pasado un mes de la llegada del destacamento, Kraster sufrió un ataque de un encapuchado gris. En este ataque, el encapuchado demostró ser mucho más hábil en el manejo de las armas, llegando a tenerlo acorralado. Temiendo por su vida, el capitán de la guardia decidió que era momento de huir. Realizando una finta con la espada, pudo golpear a su oponente en la cara con su escudo, desconcentrándolo por un instante. Ese instante fue suficiente para dos cosas que marcarían el destino de ambos:
Kraster huyó velozmente del lugar, dejando a su oponente atrás. La capucha del atacante anónimo se corrió: Era un hombre jóven, con rizos negros y ojos verdes. Unos rasgos que describían sin lugar a dudas a Dalith, el hijo del alcalde. El capitán decidió que era imposible pasar por alto esta ofensa y se quedó en vilo toda la noche cavilando sobre las posibilidades de reperar dicha afrenta.
Temprano a la mañana siguiente, se presentó en la casa de Edhior -el alcalde- golpeando la puerta enérgica y repetidamente. Le abrió Elladia, su hija menor, una doncella de 16 años, pelo castaño rizado largo hasta la cintura, cejas finas y unos rasgos angulosos, casi élficos. Al verla, las más bajas pasiones del guardia despertaron. Azorado por la belleza de su interlocutora, estaba balbuceando algo cuando fue interrumpido por un furioso Dalith, que amablemente apartó a su hermana de la puerta, y con una mirada gélida ordenó a Kraster que se mantuviera alejado de ella. El capitán tomó nota mentalmente de los sentimientos del jóven para con su hermana menor.
La mañana siguiente, se presentó nuevamente en la casa del alcalde. Apenas Edhior asomó su cabeza le propinó un derechazo tal que el anciano alcalde no pudo sino caer inconsciente. Kraster subió raudamente las escaleras, hacia los aposentos de Elladia. La encontró en el pasillo, despertando inmediatamente sus más bajas pasiones. Mediante un improvisado engaño, la llevó de su mano al bosque, donde lo aguardaba el resto de la guardia. Allí mismo se proponían forzar a la muchacha uno tras otro, para posteriormente darle muerte.
Elladia lloraba, gritaba, pataleaba y mordía, pero nada podía hacer para detener a una docena de hombres armados, mejor entrenados y envalentonados por el premio que esperaban conseguir. Finalmente, después de una fuerte bofetada con un guantelete de hierro, dejó de resistirse. Kraster rasgó su vestido y se proponía ser el primero en probar tan delicioso manjar. Un bramido resonó en el claro, dejando paralizado al capitán. Subiéndose los pantalones, se giró, para encontrar al mismo encapuchado gris. Portaba un estoque en su mano derecha, la izquierda oculta bajo la capa.
Dalith se descubrió la cara, mostrando unos rasgos desfigurados por la ira. Sin inmutarse, sacó la mano vacía de dentro de su capa. Con ella, tomó un guardia por el hombro, lo lanzó hacia su izquierda y lo dejó inconsciente con un golpe con el pomo de la espada. Otros dos guardias cayeron de manera similar. Un cuarto fue atravesado por el pecho con el estoque. Los siete restantes habían rodeado al hermano de la muchacha, mientras Kraster puso su espada al cuello del objeto de sus deseos. Al ver esto, Dalith enloqueció.
Lanzándose de frente contra él, mientras esquivaba los aguijonazos que intentaban propinarle las lanzas. Sin saber cómo, mató otros dos guardias (los que tenía enfrente) y corrió hacia el capitán, desarmándolo en el acto. Elladia, no sin antes lanzarle una mirada cómplice a su hermano, corrió por el bosque. Al verla, dos guardias fueron tras ella. Dalith intentó detenerlos, pero tenía otros cuatro problemas. Los guardias lograron, finalmente, clavarle sendas lanzas en las piernas. Con una fuerza digna de un semidiós, los levantó por el aire y los estrelló contra un árbol. El guardia que quedaba no dudó en entregar su arma y arrodillarse. Cuando el espadachín se agachó para tomarla, su error se cobró su precio:
Kraster, por su espalda, lanzó una estocada a su espalda. Afortunadamente, un escudo colocado previamente bajo la capa desvió el golpe, que se clavó profundamente en el hombro del muchacho. Ciego del dolor, dió media vuelta y clavó su estoque en el brazo que sostenía la espada. Para Kraster, el dolor fue tan lacerante que lo obligó a soltar el arma y caer de bruces. Finalmente, Dalith desfalleció por las heridas y el delirio abordó a su mente, llegando a ver a su difunta madre clavándole un alfiler en el tobillo. Cuando parpadeó, vio una serpiente aferrada a su pierna izquierda. Dándose por vencido, se tumbó en la hierba.
Despertó un día más tarde, tumbado sobre una superficie dura que conocía bien: Una mesa para rituales con el símbolo de Pellor en su centro. Sus heridas habían sido atendidas por un experto, aunque habían dejado su marca. Su padre, amargado, lo miraba desde lo alto, saludándolo con un amargo y escueto: "Sé más cuidadoso. No fue fácil traerte de vuelta. Tu hermana no ha regresado. Lo siento". Desde ese momento, la familia mermó a dos miembros ya que Elladia nunca fue encontrada. Dalith, conociendo de su nueva situación de ofensor de la ley, decidió huir y vivir en los bosques, nunca alejándose del pueblo y siempre buscando a una muchacha de larga cabellara castaña rizada.
Los refuerzos llegaron de la capital, para reemplazar los caídos. Tres guardias frescos y recién entrenados. Día tras día se dedicaron infructuosamente a la caza del fugitivo. Con los meses, dejaron de buscar. Sin embargo, Kraster nunca olvidaría a aquel muchacho que le había arrebatado su premio, lo había humillado y como si fuera poco, marcó su brazo derecho de por vida con una larga cicatriz desde la muñeca hasta el hombro.
Alastor (Pred Tarok) - Autor: Ivoo
Druida Humano
Recuerdo
que estaba recolectando en un bosque, buscando insectos y plantas que me
llamaban la atención. Me había escapado de mi pueblo, mi padre seguro me estaba
buscando. Empecé a asustarme cuando oí los ladridos de los perros del pueblo
que me buscaban, yo no iba a volver. Corrí hasta más no poder, Pasadas ya unas
2 horas mis piernas no tenían más resistencia, me dolía la cabeza y estaba híper
ventilado. La noche ya había caído y me encontraba totalmente perdido y
asustado ya que sabía de caminantes atacados por lobos y osos en el lugar. Pero
también sabía algo más: Dentro del bosque se encontraba una base druídica, algo
así como un templo, según me habían contado.
Con
los pocos conocimientos sobre supervivencia que poseía logre armar una fogata,
pero poco tiempo pasó para que volviera a asustarme: Un lobo gris se me
presentó delante de mí. Sus pelos en el lomo se encontraban erizados, sus
fauces chorreaban saliva y espuma y sus ojos amarillos me observaban fijamente.
No llegué a encontrar mi daga para el momento en que el lobo cargo hacia mí. De
repente se escuchó un rugido. El lobo se detuvo y miro a un costado. Un oso
pardo cargo contra el desprevenido lobo, tirándolo contra el piso e
inmovilizándolo. El oso, que se encontraba sobre el lobo, comenzó a hablarle en
un extraño lenguaje. El lobo le contesto algo y ambos se levantaron. En mi mente
circulaba la idea de los druidas que me habían contado. Se me acercaron ambos
animales. De su piel empezó a desprenderse un brillo y sus formas corporales
pasaron a ser la de un elfo en el caso del oso y la de un humano, en el caso
del lobo. Yo asombrado los mire y les dije:
-¿Porqué me iban a matar?-
-Mi compañero creyó que eras
un cazador, pero yo detecté en ti una conexión con la naturaleza muy grande.
Tienes futuro como druida, pero eso es decisión tuya. ¿Quieres venir a nuestro
templo y aprender el antiguo lenguaje y cultura druídica?- Dijo el elfo.
-Sería un honor- Respondí.
Se marcharon y los seguí
hasta un pequeño campamento. Había cuatro carpas hechas con piel, una lapida
con una inscripción y un cráneo de un jabalí sobre ella y una capilla que se
componía de una base de piedra con 4 velas en las esquinas y un plato de madera
en el medio en el que se veían frutos como ofrendas.
Sentado
en un tronco había un mediano con el pelo rubio rizado y ojos verdes. Fumaba su
pipa mientras acariciaba a un gato blanco. Se lo veía realmente preocupado. Iba
a presentarme con él cuando de una carpa salio una mujer hermosa, algo baja, de
cabello castaño oscuro, ojos celestes y un cuerpo perfecto. Me miro y se sentó
al lado del mediano.
Sin
más preámbulos me presenté y el elfo comenzó a explicarme todo.
Esta pequeña base druídica
no solía ser tan pequeña. Para empezar, el templo esta constituido por 5
maestros: Mysblak, el elfo-oso, Deengar, el hombre-lobo, Darius, el
mediano-águila, Mistacia, la mujer-tigre y Alastor, el semielfo-jabalí. Además
de los 5 maestros, hay 10 alumnos y 4 guardianes conocidos como guardianes del
bosque. Pero eso fue hace ya varios años…
La
lapida que se encuentra al lado del campamento es en memoria a Alastor y el
cráneo que esta sobre la lapida pertenece a su compañero, que al igual que el
era un jabalí. Todos los alumnos, sus compañeros animales y los guardias fueron
asesinados. Fue un ataque sorpresa, aparecieron cientos de hombres encapuchados
y los druidas no pudieron defenderse. Después de horas de batalla solo quedaban
vivos los cuatros maestros que hoy en día siguen estándolo con sus respectivos
familiares. Los encapuchados, al ver que su número de hombres se había reducido
considerablemente y que no iban a ganar optaron por retirarse. Todos los
cuerpos fueron consumidos por la naturaleza.
Mysblak
me contó su historia: El junto a Alastor fundaron el templo druídico. Fue hace
500 años. Resulta que Mysblak vivía en un templo como monje. En una misión a
una cripta hallo un antiguo libro druídico. En el se explicaba el lenguaje y
los principios. Tanto le fascino la idea a Mysblak que decidió abandonar el
templo. Pero eso precisamente era lo que mas iba a extrañar, por eso llamó a su
mejor amigo Alastor, un especialista en construcción, para que se uniera con el
en el camino a ser un druida y en algún futuro construir un templo y lograr
hacer una sociedad druídica. Los años fueron pasando. Los primeros maestros
fueron apareciendo, luego los alumnos, de los cuales 4 ascendieron a guardias.
Jamás se pudo construir el templo que tanto se deseaba. Siempre se olvidaban, o
dejaban la construcción por la mitad. Lo único que lograron hacer fue una débil
empalizada con leños que poco duro. Pero ellos no se preocupaban. No creían que
serían atacados y ya se habían acostumbrado a la vida que llevaban. Pero se
equivocaron. Ahora Alastor esta muerto y la construcción de un templo parece
algo imposible. Pero todavía hay esperanza.
Mysblak,
con un ritual hizo que yo absorbiera la esencia druídica de Alastor. Mi nombre
se me fue cambiado de Pred Tarok a Alastor (que en druídico significa Fuerza,
Velocidad). Me entreno durante 10 años, enseñándome el lenguaje, las costumbres
y los principios. Me fue concedido un perro de monta, al que llamé Angus, como
compañero animal. Cuando mi entrenamiento finalizo yo tenia 20 años (me
encontraron a los 10). Llegamos a un acuerdo de que la construcción de un
templo de piedra seria algo necesario para protegernos a nosotros y a los
futuros alumnos de algún nuevo ataque de los encapuchados. Además, sabía que
había algo más que Mysblak protegía mucho, pero no podía decirme que era aún.
Mi misión sería conseguir dinero a lo que de lugar para poder construir este
templo y cumplir el sueño de todos los maestros, incluyéndome, de lograr formar
una sociedad druídica. Deengar, Mistacia y Darius también fueron en busca de
riquezas para la construcción. Mysblak salió en busca de conocimiento.
En
general, esa fue mi vida antes de haber partido en mi aventura. Pero hay
ciertas cosas que omití, pues mi infancia no fue de lo más agradable. Mi madre
era una fanática de la naturaleza y mi padre un desquiciado del ejercito. Amé a
mi madre como a nadie en el mundo. Me enseñaba a recolectar frutos, plantar
árboles y a interactuar con los animales. Además teníamos una colección de
colmillos, rocas, insectos muertos y cosas que nos llamaban la atención. Era un
gran pasatiempo nuestro que mi padre no conocía. El trataba mal a mi madre, le
pegaba y a veces la lastimaba seriamente. Pero ella no podía hacer nada.
Siempre tuvo esperanzas de hacer reflexionar a su esposo sobre lo que hacia,
pero no se puede moldear un cerebro que ya fue moldeado por las fuerzas
militares. Un día, con mi madre nos decidimos a escapar. Guardamos en un
pequeño carro nuestra colección y elementos básicos para la supervivencia
dentro del bosque. Sabíamos de un pequeño grupo de druidas que habitaban en el
bosque y encontrarlos seria nuestra misión. Pero mi padre nos vio.
Jamás había sentido tanto odio en mi vida. Fue
la más grande frustración, lo más espantoso, lo más doloroso. Mi padre tomo una
antorcha y quemo nuestro carro, con la colección que había llevado años crear.
Me pego y lanzo la antorcha a mi madre, que ardió en llamas hasta la muerte. Me
agarro del cuello con una mirada de odio y en un intento desesperado para
escaparme, logre agarrar una daga que había caído del equipo de supervivencia
que llevábamos en el carro. Rápido intente cortarlo en la cara, pero mi golpe
corto su oreja. La agarre, clave la daga en su hombro y me fui corriendo al
bosque. Me trate de esconder y, con mucho frío y miedo, tuve una visión. Vi a
mi madre diciéndome que debía ser un gran druida, debía proteger a los animales
de bestias como mi padre. También me dijo que debía crear una nueva colección,
en la que debía incluir las orejas de seres que me causen problemas, así como
ya ahora poseía la de mi padre. La visión desapareció y ahí fue cuando vi dos
ojos acercándose hacia mí, junto con un rugido. El resto, ya lo saben…
Tarken Corian - Autor: Ivoo
Bárbaro Semiorco
Solía vivir en una
tribu junto a muchos otros bárbaros, pero una noche los hombres atacaron.
Llevaban armaduras brillantes, al igual que sus armas. Nosotros estábamos en paz, solo adorábamos a Kord…
Mi madre se llamaba Lauden, ella era humana y solía ser
guardia. Un día, la tribu de mi padre la secuestro. Ahí fue cuando se
conocieron. Ella humana y el un orco puro. Pero era el orco más carismático que
podías conocer. Era bastante menudo para ser un orco, muchas veces lo
confundían con un semiorco. Hablaba perfecto la lengua de los humanos y allí,
en una prisión de la tribu, hablando con mi madre se dieron cuenta que eran el
uno para el otro. Mi padre, Kyart, pidió su libertad y poco tiempo pasó para
que yo naciera. Yo, un semiorco producto de una guardia y un carismático orco.
Mi educación fue
bastante intensa a diferencia de otros orcos y semiorcos. Siempre quise
aprender a leer y a escribir, pero solo lo logré a medias. Todos los días
rendía culto a Kord y ayudaba a mi padre en lo que necesitase. También mi tío y
mis primos me enseñaron mucho sobre el combate.
Pero hubo un día en que
el sol jamás salió. Ese día fue el peor día para nuestra tribu. Comenzó con
unos ruidos, luego el sonido se intensificó. Y aparecieron. Cientos de hombres
con grandes espadas, hachas, lanzas, armaduras y escudos. Nuestras primitivas
armas eran inútiles contra sus armaduras y al impactar hasta se rompían. Yo
estaba escondido en mi carpa. Tenía tan solo 9 años y vi a mis padres, mis tíos
y mis primos morir frente a mí. Finalmente me encontraron. Me encerraron en una
jaula y me llevaron en un carruaje. Yo suplicaba que me dejasen ir a lo que los
guardias me reprimían con un “Calla Orco”. Finalmente llegue al destino. Ahí,
yo junto a otros orcos fuimos subastados como esclavos. Nos separaron y me
llevaron junto a otro orco en una carreta hacia nuestro destino. En el viaje
comencé a hablarle. Descubrí todo, ya que el era un poderoso hechicero,
perteneciente a otra tribu orca, y con un hechizo logro oír la conversación del
esclavista con nuestro comprador. Estábamos siendo trasladados a una mina.
Cuando llegamos
comenzamos a trabajar. Este orco, llamado Caralean, se convirtió en buen amigo
mío con el tiempo. La mina se encontraba bajo una montaña y 150 pies arriba se
encontraba la mansión de nuestro “dueño”. Sabíamos que jamás lograríamos salir
aunque tuviésemos el mejor de los comportamientos, así que ideamos un plan.
Primero, con algunos restos de picos rotos logramos hacer dos puñales pequeños.
Luego, ya armados, cuando el guardia dormía lo apuñalamos y le quitamos la
armadura, las llaves y las armas. Liberamos a todos los orcos esclavos, que se
fueron rápido para el bosque. Pero Caralean y yo decidimos que después de los
que habíamos vivido teníamos que vengarnos. Fueron 3 largos años de trabajo en
la mina, eso no se olvida. Me puse la armadura del guardia que habíamos
asesinado, tomé su espadón y subí a la mansión. Apenas subí vi a un elfo con
una túnica fumando pipa. Me acerque a el y antes de que se diera cuenta tenía
su cabeza en mis manos. Subí al cuarto de arriba. Ahí se encontraba la esposa
del elfo recientemente asesinado. Le tire la cabeza de su difunto esposo, mi
compañero la paralizo y la violé luego la asesiné. Robé algunas joyas que
tenía, tome su cabeza y la guardé en una bolsa junto a la de su esposo. Me
encontré con el hijo de los 2 elfos. Un bebé, recién nacido. Saque las cabezas
del bolso que llevaba. Les corte las orejas a los elfos, guarde sus orejas en
mi bolsillo. Tire las cabezas y puse al bebe en el saco. Nos fuimos corriendo.
En el bosque perdí a
mi compañero, pero hallé a un caminante que viajaba hacia una ciudad. Le di al
bebe y salí corriendo, sin decir una palabra. Finalmente, luego de mucho correr
llegué a una ciudad. Ahí me encontré con Caralean en una taberna. Charlamos
mucho rato, nos emborrachamos y nos hicimos grandes amigos, mas de los que
éramos antes. En la ciudad vendí las joyas, compre equipo y me hice un hermoso
collar con orejas de elfo. Me refugié en la casa de Caralean.
Aryent - Autor: Ivoo
Aryent, Explorador Elfo
Carta de despedida
Hace tiempo ocurrió un hecho que cambiaría mi vida…
Recuerdas a Raleluc, mi hermano gemelo. Bueno, como sabes el desapareció
hace ya veinte años, pero nunca supieron lo que de verdad ocurrió aquella
tarde. Eran las 6 de la mañana y me levante a entrenar con Raleluc ya que como
recordaras el quería ser guardia en el imperio y yo me ofrecí a practicar
esgrima con el. Desde chicos siempre mi relación con el fue de mala a horrible.
Siempre el me molestaba, me golpeaba y se burlaba de mi. Más de una vez lo
deseé ver muerto. Cuando entrenábamos el accidentalmente me cortó al lado del
ojo y comencé a sangrar entre lagrimas de dolor ya que este era terrible. Pero
Raleluc no me ayudo, de hecho me insulto, se burlo de mí, me dijo cosas que son
atroces incluso en la mas terrible de las lenguas orcas. Tal era por mi ira
acumulada que estallé. No planeé lo que ocurrió, solo se que cuando mire mi
espada estaba atravesando su corazón y la sangre que salía a chorros cubría todo el filo de mi espada. Raleluc había muerto y yo era el asesino, pero
no sentí ninguna culpa, de hecho fue como un gran alivio. Fue solo un segundo
pero ese segundo mejoraría enormemente mi vida ya que el era la mayor de mis
molestias. Todavía sangrando, subí a Raleluc a un bote que se encontraba en el
muelle del lago (creo que no es necesario decir que no había nadie cuando
asesine a Raleluc ni cuando tome el bote) y además cargue unas dos bolsas de arena que usábamos como obstáculo mientras entrenábamos. Fui al medio del
lago y arroje el cadáver atado a las bolsas, que rápidamente se hundió.
Al volver a la aldea me
preguntaban que había pasado ya que tenía una gran cicatriz. Yo dije que me
ataco un oso y que se había llevado a Raleluc. El tiempo pasó, nunca lo encontraron,
y yo jamás me sentí mal. A pesar de todo esto nunca me considere como un mal
elfo. Siempre me dedique a estudiar la naturaleza, principalmente las Águilas y
los dragones. Todos los que me conocieron saben de mi pasión por estos y
también saben que soy muy educado para hablar especialmente con seres de otras
razas menos inteligentes. También algunos seres más torpes como enanos y
semiorcos me han confundido con un semielfo o incluso con un humano y esto se
debe a mi altura.
Hace dos semanas recibí una carta
Aramil diciéndome que lo encuentre en una taberna ya que antes de que el se
fuera yo hice que me prometa enviarme una carta diciéndome donde se encuentra
en el día de mi cumpleaños numero 115 y que me espere hasta que llegue a el
lugar. Vamos a comenzar a recorrer las tierras como dos hábiles exploradores.
Si volvemos, volveremos llenos de riquezas, te lo puedo asegurar mi querida
hermana.
Saludos y cuida a mamá.
Atte: Aryent
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